domingo, 29 de mayo de 2011

La literatura y los niños

     Leer no es solamente descifrar un texto escrito, sino construir inteligentemente el sentido mismo interactuando con la información visual que se encuentra en el material escrito. En el proceso de lectura el lector es activo; ya que crea el sentido del texto valiéndose del material escrito, de sus propios conocimientos y de su propósito de lectura. Las situaciones de lectura, incluso para los niños (que no leen convencionalmente) deben centrarse en la construcción de significados por parte de los mismos y no en el simple descifrado de lo escrito. Este se logra dándole al infante la oportunidad de ampliar su conocimiento del mundo; de familiarizarse con textos de diferentes géneros literarios (no sólo cuentos); propiciando que éste se anticipe al contenido de la lectura formulando hipótesis acerca de lo que sigue en el texto; realizando preguntas que vayan más allá del texto escrito, que planteen nuevos problemas. Ahora bien, si esta es la actitud que debe tener el niño frente a la lectura, frente a la literatura ¿Qué lectura debe ser esta? O mejor aún ¿Qué es la Literatura Infantil? ¿Para qué sirve la misma? ¿A quién va realmente dirigida? Y ¿Cuáles son las características que deben tener este tipo de literatura?
     En primer lugar, y para dar respuesta a las primeras interrogantes, la literatura infantil según Tedesco (1997) es “un complejo sistema semiótico donde confluyen muchos sistemas de signos: letra, dibujo, tonémica de la voz y topografía. Es un género que se define teóricamente por la categoría del receptor, categoría que es cambiante, sujeta a la variación social, al ordenamiento de estratos socioculturales y a cambios de época y de generación” (pág. 21). A esto, se le podría agregar la definición de Jesualdo (1982) quien dice que lo que existe como literatura infantil es pues aquella “expresión literaria en general, escrita o no para niños, que responden a las exigencias de su psique durante su proceso de conocer y aprender, que se ajustan al paso de su evolución mental, y en especial al de determinados poderes intelectivos” (pág. 15 - 16).  Por su parte Colomer (1999) alega que la literatura infantil y juvenil es “la iniciación de las nuevas generaciones al diálogo cultural establecido en cualquier sociedad a través de la comunicación literaria… libros creados especialmente para la infancia y la adolescencia o bien por aquellos que, en su difusión social, han demostrado su idoneidad parar este público, aunque no se hubieran creado pensando en él”. Todas estas definiciones, especificadas por estos tres autores, dejan ver a la literatura infantil como un tipo de lectura integra, y no simple y menos compleja que aquella hecha especialmente para adultos.
      En segundo lugar, este tipo de literatura sirve, tal como lo expresa también Colomer para: “Iniciar el acceso a la representación de la realidad ofrecida a través de la literatura compartida por una sociedad determinada; desarrollar el aprendizaje de las formas narrativas, poéticas y dramáticas a través de las que se vincula el discurso literario, y ofrecer una representación articulada del mundo que sirve como instrumento de socialización de las nuevas generaciones” (pág. 15). Además, según Jesualdo la literatura infantil sirve al niño para “instruirlo educarlo y divertirlo, cuando no las tres cosas a la vez… actúa sobre aquellos poderes del intelecto, como la imaginación o sus sentidos estéticos…” (pág. 30). Esto deja ver claramente, que la literatura infantil y juvenil no sólo está hecha para “alimentar” el comercio, o sólo para distraer un poco a los infantes, tiene un propósito, una finalidad.
     En tercer lugar, y respondiendo a la tercera interrogante que se presenta al inicio: se puede decir que existe una literatura dirigida a los niños; escrita en un léxico especial, que pretende consultar sus características psíquicas y responder a sus exigencias intelectuales, pero que esta literatura no es la que interesa a la edad infantil. Pues a los jóvenes desde muy temprana edad les interesan las obras maestras de la literatura, aun a veces sin estar adaptadas a su entendimiento, obras que nunca consultó la psicología infantil, tal es el caso de “Crepúsculo”, que teniendo una trama intensa para menores de edad, es en esta población donde ha tenido más éxito. A esto, se le puede agregar lo dicho por Tedesco (1997): “Si se piensa en que la literatura infantil es la destinada a los niños en rol de lectores hay que aceptar el término, de manera convencional. Pero ´lo niño´ o ´lo infantil´ es un concepto variable en la organización social y en el ordenamiento de los estratos socioculturales".
     Y en cuarto lugar, ya para finalizar, se puede decir que la literatura infantil y juvenil posee en su haber importantes características, con la que se puede distinguir de los otros tipos de literatura, destacadas por los tres autores anteriores (Jesualdo, Ítalo Tedesco y Teresa Colomer), tal como se presentan a continuación:
·        Más del 80% de las narraciones son humorísticas.
·        La concreción del escenario en única.
·        La interiorización de los conflictos (como los celos o el miedo a las pesadillas).
·        La presentación de un universo ligado a lo real – maravilloso en el que coexisten contextos reales y fantásticos.
·        La narrativa de personificación de animales.
Entre otras importantes.

     Para concluir, puede decirse que es de suma importancia introducir al niño progresivamente en la lectura de buena literatura. De ahí la necesidad que tienen los docentes de leer mucho, de cultivarse continuamente. La literatura infantil (la hecha para ellos o la leída por ellos) es extensa, y nuestros niños cada vez más se empapan de ella. La pertinencia o no de este tipo de literatura aun es un tipo de enigma. Sin embargo, es preciso conocer qué están leyendo nuestros niños, por qué y para qué.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Pedro Calderón De La Barca

“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”

Pedro Calderón De La Barca

martes, 24 de mayo de 2011

La Diferencia



Aunque malgastes el tiempo sin mi cariño
Y aunque no quieras este amor que yo te ofrezco
Y aunque no quieras pronunciar mi humilde nombre
de cualquier modo, yo te seguiré queriendo

Yo se que nunca tu querrás jamás amarme
Que a tu cariño llegué demasiado tarde
No me desprecies, no es mi culpa, no seas mala
Porque tú eres de quien quiero enamorarme

Que daño puedo hacerte con quererte
Si no me quieres tu, yo lo comprendo.
Perfectamente sé que no nací yo para ti
Pero qué puedo hacer si ya te quiero.

Déjame vivir de esta manera
Te quiero tal y cual sin condiciones
Sin esperar que un día tú me quieras como yo
Consciente estoy mi amor que nunca me querrás.

Tal vez mañana yo despierte solo
pero por el momento quiero estar soñando.
No me despiertes tu, no ves que así yo soy feliz.
Consciente estoy mi amor que no eres para mí

No hay necesidad que me desprecies
tu ponte en mi lugar a ver qué harías.
La diferencia entre tú y yo tal vez sería corazón:
Que yo en tu lugar... Que yo en tu lugar...
Si te amaría
Vicente Fernández


Ser o Parecer (Macbeth)

     Shakespeare, un escritor de tragedias teatrales acostumbrado a plantearse dilemas tales como: ¿Qué es más verdad la ficción o la realidad? ¿Quién es yo, qué es lo que de genuino hay en mí?, logró representar en Macbeth (la obra basada en la vida de este personaje histórico) aquellos conflictos afrontados por el hombre en su intenso recorrido por el mundo. La dialéctica del Ser o Parecer es uno de ellos. Es decir, en esta obra se busca reflexionar (entre otras cosas) sobre la ficción y la realidad, los simulacros y lo genuino, lo real y lo imaginario.
    Es verdad que existe una grieta entre lo que somos y lo que parecemos ser, y es también verdad que la drama de la vida impulsa a tomar determinados y continuos papeles más allá de nuestra inclinación natural, que estamos siempre aparentando ser algo distinto de lo que somos como si fuéramos actores empeñados en mostrar lo mejor o lo peor de nosotros mismos, pero es también verdad que esa imitación inicial está incrustada en la conducta, en la acción, mientras que nadie finge cuando está a solas, duerme o simplemente reposa.
     En su famoso drama “Macbeth”, Shakespeare describe la historia de una ambición desmedida y cómo ésta evoluciona a prepotencia y arrogancia hasta el fatal desenlace. Macbeth era un hombre extremadamente ambicioso, que, por encima de todo, pretendía ser rey. Sin que la obra explique el por qué, Hécate, la tenebrosa y enigmática diosa del destino, quiso provocar la caída de Macbeth. Para ello encargó a sus tres brujas que le profetizaran un futuro grandioso, que Macbeth creyó con mucho gusto, pues sus ansias de poder eran ilimitadas.
     Incitado por las brujas y para lograr sus fines, Macbeth no dudó en ir matando a todos sus adversarios y a cada uno de los amigos que en su carrera le habían ayudado. A medida que avanza el drama, la práctica de sus crueldades y crímenes hace difícil la marcha atrás.
     Tras lograr ser rey, no acaba por ello la tragedia de Macbeth. La corona descansa vacilante sobre una cabeza atormentada, con sentimiento de culpa por los crímenes cometidos y con sospecha y desconfianza hacia cualquiera que intente desplazarle.
     Hasta aquí, el protagonista es la ambición desmedida. Pero la malvada Hécate piensa que la preparación para la caída de Macbeth aún es deficiente y éste todavía puede librarse de la trampa, por lo que da nuevas instrucciones. Hécate no estalla más la ambición de Macbeth ni le insiste en cometer más horrores, ni en otras sugestiones vagas, sino que explota su confianza y prepotencia, encargando a sus brujas que lo engañen.
     De esta manera, las brujas vaticinan a Macbeth que puede estar plenamente confiado: “... pues ningún hombre dado a luz por mujer a Macbeth podrá dañar” y “Macbeth nunca caerá vencido hasta el día en que el gran bosque de Birnam suba para combatirle hasta la alta colina de Dunsinan”. Como las dos condiciones parecen imposibles, Macbeth se siente seguro, confiado y dispuesto a cometer todas las tropelías y crímenes que sean necesarios. Sin embargo, lo que parece no es, y acaba asesinado por Macduff, nacido de cesárea. Igualmente, el enemigo, oculto con ramajes tomados del bosque de Birnam, avanza hacia el castillo de Dunsinan, lo asalta y acaba con Macbeth. La profecía se ha cumplido y Malcolm sube al trono.
     Esto quiere decir, que es falso todo lo que las brujas le manifiestan a Macbeth, anunciándole su permanencia eterna, o por lo menos la forma en que él cree y se imagina el cumplimiento de este oráculo (parecer). Pero si es cierto que termina siendo un hombre solo, preso de sus propios crímenes, acabado por su conciencia y desterrado del poder (ser).
     Lo que hace de Macbeth una obra tenebrosa e inquietante es también lo que la hace potente y encantadora: su tratamiento dramático del mal, del mal que nace del ansia de poder. En su historia se puede notar la relación que hay entre el crimen y el castigo, la brujería y elementos sobrenaturales, cuya acción presurosa mantiene el interés hasta el final. Pero una obra tan activa, es también profundamente reflexiva. En ella van paralelas la acción física con el rebullicio de conciencias en las que se posa. De esta forma la obra indaga en lo prohibido, explora la culpabilidad mediante un lenguaje metafórico y sensorial único, el más denso lenguaje figurado de Shakespeare, con imágenes asociadas a las tinieblas, la muerte, la naturaleza trasgredida, la crueldad, la esterilidad (el alma llena de escorpiones, el recién nacido cabalgando a lomos de un caballo en la noche, la criatura sonriente arrancada del pecho de su madre). Una cantidad de imágenes que van impresionando al lector o espectador, operando a través de símbolos que van conformando una lectura coherente.
     En el acto V Macbeth recibe la noticia de la muerte de su esposa -no se comenta por qué causa, pero generalmente se supone que por suicidio-, y pronuncia su monólogo incrédulo: “La vida es una sombra que transcurre, un pobre actor que se pavonea sobre el escenario para jamás volver a ser oído. Es un cuento contado por un necio, lleno de ruido y furia que nada significa”, luego toma la determinación de combatir hasta el final. Con esto se apoya lo que se menciona anteriormente del Ser o Parecer, pues Macbeth aún agobiado por tantos remordimientos, nota que su paso por el mundo es impreciso y se da cuenta que no es lo que buscaba ser, sino simplemente “parece”. Su vida no es real, es una sombra sin mérito que no significa nada. Todos los crímenes cometidos le han servido sólo para atormentar su conciencia, no para convertirse en el ser que deseaba, en el ser que las brujas le profetizaron. Macbeth es entonces ese “pobre actor” al que él mismo se refiere.
     Una atmósfera irritable gobierna el drama desde los primeros versos hasta el cumplimiento de la profecía: el encantamiento infernal que revela al guerrero victorioso y ambicioso a través de la profecía de las brujas, y sus no confesadas aspiraciones, cierran sobre él una trama inevitable.
     Es una gran obra shakespeana, que transcurre en el siglo XI, y sigue presente en el teatro de la vida y en el de las organizaciones en el siglo XXI.

domingo, 22 de mayo de 2011

Algo de dioses... Siempre hay a quién adorar.

Los Dioses del Olimpo

 

Los dioses y diosas del Olimpo fueron doce en total, pero además existía una amplia corte con variedad de dioses menores, y de semidioses, hijos nacidos de la unión entre los dioses y los humanos. Es curioso que los apóstoles de Jesús, los padres del Cristianismo, también fueran doce. Es bien sabido que existen muchas y bien meditadas coincidencias, entre las mitologías de uno u otro signo. También son doce los meses del año. Y son doce los miembros de un jurado, esos hombres y mujeres que deciden la suerte de muchos culpables e inocentes, ante el juez. El doce y la docena siempre han sido la cantidad de muchas cosas sobre nuestro planeta.
Los dioses saciaban su sed con néctar, una bebida dulce hecha con miel fermentada, y comían ambrosía, una mezcla cruda de agua, miel, aceite de oliva, queso y cebada (pruébalo y subirás a los cielos). La ternera y el cordero eran, también, sus alimentos favoritos. Los mortales solo debían comer esas carnes después de ofrecerlas a los dioses en sacrificio.
Los doce dioses principales vivían en un gigantesco palacio situado en Monte Olimpo de Grecia. El palacio fue construido por los cíclopes, enormes seres dotados de fuerza enorme y con un solo ojo. Ignoramos como pudieron realizar tan magna obra con su sentido de la perspectiva.

Zeus (Júpiter)

El rey era Zeus (Júpiter para los romanos). Su trono se hallaba situado en la gran sala del Consejo. Era de mármol negro pulido con incrustaciones de oro. Siete escalones llegaban hasta el gran asiento, cada uno era de un color del Arco Iris. Sobre uno de los brazos del trono, se posaba un águila de oro con un rubí en cada ojo. Con una de sus garras apresaba los mortíferos rayos de Zeus, regalo de los cíclopes, sus aliados, en la guerra contra Cronos y los suyos, durante la conquista del Olimpo (ver Creación).
La reina Hera (Juno), eternamente joven y hermosa, se sentaba en un trono de marfil. Hera accedió a casarse con Zeus, tras un largo cortejo que duró 300 años (2). Su símbolo era una vaca.

Poseidóm (Neptuno)
Los dos tronos presidían la gran mesa del Consejo. En el lado de Hera, se sentaban cinco diosas y los cinco dioses lo hacían en el de Zeus. Poseidón, dios de las aguas, se sentaba en el segundo trono de mayor tamaño que estaba decorado con animales del mar. Poseidón (Neptuno) era hermano de Zeus y le había prestado gran ayuda en la guerra contra su padre, Cronos. Con su tridente podía hundir grandes barcos, por eso Zeus jamás navegaba, pues sabía bien de la envidia que despertaba en su hermano. Cuando Poseidón se enojaba se sumergía en el mar y recluyéndose en su palacio de las profundidades. Como símbolo había elegido un caballo; todavía, las grandes olas son llamadas "caballos blancos". De Poseidón dependían los dioses los ríos, las Náyades que estaban a cargo de las fuentes y manantiales, las Nereidas y las Sirenas.

Hades (Plutón)

Enfrente de Poseidón, se sentaba Demeter, diosa casada con Hades, rey de los infiernos. Demeter, diosa de la agricultura, había sido una joven alegre y alocada y nadie sabía si la hija que tuvo, Perséfone, era hija de Hades. Su símbolo era la amapola roja. Junto a Poseidón, se sentaba Efesto, hijo de Zeus y de Hera, y era el dios de los oficios. Su trono era giratorio y articulado. Efesto padecía una pronunciada cojera, debido a que su padre le arrojó al nacer desde los altos muros del Olimpo, pues le pareció un ser débil indigno de ser un dios. Su símbolo era una codorniz, ave que, en primavera, baila a la pata coja.

Atenea (Minerva)

Frente a Efesto, se sentaba Atenea, la diosa de la sabiduría. Se desconocía quién fueron sus padres. Poseidón decía que era hija suya y de una diosa africana llamada Libia. Zeus decía que Atenea salió de su cabeza un día que estaba aquejado de una fuerte jaqueca y Efesto se la partió, amablemente, con un hacha, para aliviarle el dolor. Al lado de Atenea, se sentaba Afrodita (Venus) diosa del amor y la belleza, también de padres desconocidos. Se decía que surgió de la espuma del mar ocasionada por el impacto de los testículos de Urano (dios de los cielos) cercenados y arrojados al mar por su vengativo hijo Cronos que contó, para la hazaña, con el apoyo de su madre Gea (diosa Tierra). Urano fue siempre un mal padre y un mal marido. Urano y Gea eran los abuelos de Zeus y, como tales, dioses muy antiguos que no participaban en el Consejo (principios de Eutanasia Laboral, ley de vida). Atenea fue trasladada hasta la isla de Citera sobre una concha, empujada por Eolo, dios de los vientos. Llevaba consigo un ceñidor mágico cuando quería que alguien la amara o la deseara con locura. Zeus la casó con el feo y tullido Efesto. Ella siempre se sintió desgraciada por esa unión, aunque supo consolarse con innumerables aventuras amorosas. Nadaba con frecuencia en las aguas de Chipre. Su símbolo era una paloma. 
Afrodita (Venus)

Enfrente de Afrodita, se sentaba el violento y cruel dios Ares (Marte), hijo de Zeus y hermano de Efesto, era el dios de la guerra. Coqueteaba continuamente con Afrodita, para desesperación de Efesto. El trono de Ares era de bronce tapizado con piel humana y decorado con calaveras en relieve. Junto a Ares, se sentaba Apolo, dios de la música, de la medicina, del tiro con arco y de los

Ares (Marte)

hombres jóvenes y solteros. Era hijo de Zeus y de Leto, una diosa menor. Su trono, de oro pulido, tenía el respaldo en forma de lira. Su símbolo era un ratón, pues los ratones conocían los secretos de la tierra y se los transmitían a él. Tenía una hermosa casa en Delfos, sobre el monte Parnaso, donde reunía a todo tipo de artistas.
Artemisa (Diana), diosa de la caza y de las chicas solteras, se sentaba enfrente de Apolo. Odiaba la idea del matrimonio, aunque gustaba de cuidar a las madres cuando daban a luz un bebé. Le gustaba nadar desnuda a la luz de la luna y sin algún mortal caía en la tentación de observarla, le convertía en ciervo y lo cazaba después. Su símbolo era el oso.

Hermes (Mercurio)

El último asiento del lado de los dioses correspondía a Hermes, hijo de Zeus y de Maya, otra diosa menor que dio el nombre al mes de Mayo. Hermes era el dios de los banqueros, los comerciantes, los ladrones, los adivinos y los heraldos o mensajeros. Su símbolo era la grulla. Una rama de avellano de la que colgaban unas cintas que la gente confundía con serpientes, era el distintivo de mensajero de los dioses cuando cumplía una misión. (Moisés, mensajero del Dios del Antiguo Testamento, también portaba una rama que se convertía una serpiente al arrojarla al suelo o en la que se enroscaba el mítico y odiado reptil).
Hestia, diosa del hogar, ocupaba el último asiento del lado de las diosas. Era la más pacífica de los doce dioses del Olimpo. Pero Zeus incorporó al Consejo a Dionisios (Baco), como premio por haber inventado el vino y Hestia tuvo que ceder su puesto para no ser trece. Una situación que dejaba a las diosas en minoría a la hora de votar. El símbolo de Dionisios era el tigre.
Entre los dioses menores figuraban:
Hércules, el portero del Olimpo, como más tarde lo fue San Pedro del cielo de los cristianos.
Semele, madre de Dionisisos, alcanzó la categoría de diosa por recomendación de su hijo a Zeus.
Eris, hermana de Ares, fue la diosa de las peleas. Con su cohorte de "iras" alimentaba los conflictos tanto entre dioses y como entre humanos.
Iris fue la mensajera de Hera y se la veía recorriendo el Arco Iris.

Eros (Cupido)

Némesis era la diosa que mantenía en su agenda el nombre de todos los humanos merecedores de castigo.
Eros (Cupido), dios del amor, era hijo de Afrodita y era el dios que se encargaba de lanzar las flechas para que los humanos cayeran en las redes del amor.
Hebe, esposa de Zeus, fue la diosa de la juventud.
Ganímedes fue el guapo copero de Zeus. Vigilaba la pureza de los vinos y la ausencia de posibles venenos en las bebidas que el rey del Olimpo degustaba.
Luego estaban las nueve musas, que cantaban en los comedores del palacio, y las diosas más ancianas:

Rea, madre de Zeus, a la que él trataba mezquinamente a pesar de ser la que evitó que fuera engullido por Cronos, después de su nacimiento, como había ocurrido con el resto de sus hijos. Hecho que permitió años más tarde que Zeus liberara a sus hermanos del vientre paterno y derrotara a su progenitor en la lucha por el poder del Olimpo.
Las Parcas: Cloto, Laquesis y Antropos eran las que decidían cuanto tiempo debía vivir cada mortal y conocían el destino de todos los dioses inmortales.

Pan (Fauno)
 El dios del campo era Pan, era hijo de Hermes, habitaba entre los humanos y era feo como un sátiro, con pequeñas pezuñas y cola de cabra. Las diosas se burlaban de él. Dormía en una cueva en un bosquecillo y si alguien cometía la imprudencia de despertarle emitía un sonido aterrador que espantaba al intruso, de ahí procede el pan-ico, el "panico". Una vez se enamoró de una ninfa que, aterrada, se convirtió en árbol. En otra ocasión, una ninfa para evitar el acoso del dios se convirtió en junco. Pan, irritado por el desplante, corto varios juncos, los unió y agujereó, creando la flauta de Pan o siringa. De Pan dependían las Hamadriades que estaban a cargo de los robles, las Meliades que cuidaban de los fresnos y un sinnúmero de ninfas de diversos nombres, encargadas de los pinos, los manzanos, los mirtos y de otras muchas plantas. Si alguien intentaba talar un árbol sin el permiso correspondiente, las ninfas hacían que el hacha se desviara y se cortara las piernas.
Los Titanes y Titánidas habían gobernado el mundo en tiempos del dios Cronos y hasta la rebelión de Zeus. Había siete parejas de Titanes, cada una de ellas a cargo de un día de la semana al que daban su nombre. A Cronos y a su esposa Rea les correspondía el sábado y decidieron que fuera festivo, como más tarde lo fue el Sabath judío. Pero el Consejo de los dioses, tras la rebelión de Zeus, prohibía a los mortales, creados por el titán Prometeo con barro de los ríos, que siguieran juntando los días en semanas. Los dioses ya sabían dividir el ciclo lunar, de veintiocho días, en sus cuatro fases y disponer de semanas de siete días.
El titán Atlas, jefe del derrotado ejército de Cronos, fue condenado por Zeus a cargar con la Bóveda Celeste para siempre. Pero Prometo, Epimeteo y otros titanes, fieles a la causa del vencedor, fueron ensalzados y colmados de bienes. Pero, más tarde, Zeus descubrió que Prometo con la ayuda de Atenea había robado una brasa de la chimenea de Hestia y que la había bajado a la tierra, escondida en un ramo de hinojo, para que los mortales, criaturas del titán, pudieran asar la carne y disponer de luz en la oscuridad. Para castigarle, por haber facilitado a los humanos un primer paso hacía la civilización, creó a Pandora y la envió, acompañada de Hermes, a visitar a Epimeteo con un supuesto regalo encerrado en una caja. Prometeo aconsejó a Epimeteo que rechazara el obsequio de Zeus, pues temía que fuera un engaño. Epimeteo le dijo a Hermes que trasmitiera a Zeus que él no se consideraba digno de regalo alguno, pero admitió la compañía de Pandora. Zeus se enfureció y acusó a Prometeo de haber tratado de raptar a Atenea. Como castigo, le encadenó a una roca y le envió un águila que le roía el hígado durante el día. Epimeteo, asustado, se casó con Pandora y, a pesar del consejo de su amigo, abrió la caja, tal y como Zeus deseaba. Del interior surgieron, en nutrido enjambre, horribles criaturas aladas: Vejez, Enfermedad, Locura, Rencor, Pasión, Vicio, Hambre y otras muchas calamidades que, tras picar a Pandora y Epimeteo, atacaron a los mortales que hasta entonces vivían felices. Lo destruyeron todo y se instalaron para siempre entre los humanos. Pero de la caja, en último lugar, brotó Esperanza, una bella criatura de brillantes alas que impidió que los mortales, en su profunda desesperación, se quitaran la vida.
Por su relación con la salud de los humanos relataremos la breve historia de Asclepio el médico más famoso de Grecia, personaje real, pero cuya historia recreó la mitología.
Artemisa estaba enamorada de Orión y este amor molestaba a su hermano Apolo que, vengativo, envió un escorpión contra él. Orión, aunque se enfrento con el escorpión no pudo con él y tuvo que salvarse a nado. Apolo, al verlo, llamó a Artemisa y señalando el bulto que se alejaba río abajo le dijo que era el malvado Caudaonte que había vejado a una de sus sacerdotisas y que debía matarlo. Artemisa, diosa de la caza, lanzo certeramente una de sus flechas y, así, acabó con la vida de su amado. Cuando descubrió el engaño, convirtió a la víctima en una constelación del firmamento perseguida por un escorpión. Artemisa se vengó de Apolo matando a su amante, Tesalia, pero dejó con vida al hijo que tuvo con el dios. El niño se llamó Asclepio y fue educado por Quirón, rey de los centauros. Asclepio se convirtió en el mejor médico de Grecia, pues curaba moribundos y resucitaba a los muertos con su arte y unas yerbas mágicas. Hades, dios de los infiernos se quejó a Zeus por aquellas resurrecciones, ya que, de ese modo, se anulaban numerosas reservas de habitación hechas para la eternidad en su tórrido hotel y se le escapaban los muertos recién instalados, tras una breve estancia. Además, acusó a Asclepio de cobrar por sus servicios, incluso en contra de los intereses de los dioses.
Zeus, indignado, atendió la reclamación de su subordinado y, lanzando uno de sus rayos, acabó con el preclaro galeno. Apolo, como venganza por la muerte de su hijo, mató a un montón de cíclopes, pues eran los fabricantes de los rayos de Zeus. Zeus, a su vez, castigó a Apolo, convirtiéndolo en un pastor de ovejas a las ordenes de un mortal, el rey Feres. El castigo, gracias a Zeus, solo duró un año.

El Olimpo