viernes, 18 de noviembre de 2011

Delirio

     40º grados de temperatura habían invadido todo mi organismo,  la fiebre subía a mi cabeza y me provocaba un dolor inexplicable… Manzanillas, tilos, brebajes de la abuela y nada funcionaba. Recurrí a la resignación para poder soportar los latidos de dolor. Cuando eran las dos de la mañana decidí acostarme para que la espera fuera menos traumática, pañito frío en la frente.
    Cada poro de mi piel me indicaba que no todo estaba normal, hasta las sabanas ardían. Me trataba de acomodar para que en algún momento llegase el sueño, pero cuando se espera a Morfeo, no llega. Vueltas y vueltas y nada. Se hicieron las 4am… Aun despierta y sudando frío. Los parpados pesaban. Yo recordaba que tenía mil cosas por leer pero sabía que si intentaba hacerlo el dolor se agudizaba. Hacía como un recuento de los deberes que había dejado en abandono (entre los que estaba hacer un análisis de la literatura medieval, donde los juglares se burlaban de mí y de mi fiebre), en eso estaba, cuando vi a una pared del cuarto acercarse hasta casi tocarme, y la lámpara de la mesita de noche se cambiaba de lugar quedando en ocasiones al revés… Busqué de enderezarla pero el escalofrió que sentía al sacar los brazos de la sabana era terrible, y dejaba que ella se moviera en una danza que no había percibido en días de normalidad. La pared estaba cada vez más cerca y yo me escondía bajo la almohada para evitar el miedo que me producía la sensación de la gigantez sobre mí.
     Quise vencer mi miedo y me propuse sacar una mano, sólo para tomar el agua que había dejado en la mesita de noche, pero esta –la mesita-  se había alejado de la cama ya estaba en la ventana, creo que se quería lanzar desde allí a la calle. No entendía por que. Al ver la ventana abierta pensé que quizás ese era el motivo de mi frío, tal vez no tenía fiebre… Era el frío de la madrugada que no me dejaba dormir. ¡Quise pegar gritos! ¡Auxilio! Alguien que cierre la ventana por favor… nadie me escuchó. En medio de la desesperación solté una lágrima, creí morir. Morir en la etapa de mi vida donde tenía tantas cosas por hacer: aun no terminaba de darle todos los besos a la persona que quiero, no sé lo que se siente estar en un malecón de noche, no he tomado nada en copas de cristal, no he ido a Italia. Morir no era grato.
     Cuando ya la almohada estaba empapada de lágrimas y sudor vi que la pared se alejó, se colocó en su sitio, donde siempre había estado… Y la mesita de noche junto con la lámpara se bajaron de la ventana (me picaron el ojo) y se situaron justo al lado de la cama. Sentí alegría.
     6:25am, abrí los ojos y percibí todo en total normalidad, quité el pañito frío de mi frente y decidí bañarme, era hora de alistarse para ir a trabajar. Le di un abrazo a mi mesita de noche y salí de la habitación. Era un nuevo día.
                                                                                                                                      Marysabel Díaz.