martes, 2 de agosto de 2011

Los sentimientos y el papel.

La Musa para Escribir


     Alguien me dijo que el mejor momento para escribir era cuando se sentía tristeza, dolor, angustia y sufrimiento. Claro, las emociones emanan y las palabras fluyen. Luego ver lo escrito es la gloria.
     Desde hace algún tiempo para acá escribo de todo. Esa necesidad incontrolable de vivir con un lápiz y un papel en la cartera, esperando que la musa llegue se hizo costumbre. A veces no llega, se tarda… se pierde. Cuando aparece la atrapo y comienzo a escribir, allí no hay quien me detenga.
     Hace días, revisando papeles locos, de esos que cambian en olor y aspecto a consecuencia de los años, encontré una libreta de 3er año de bachillerato, de artística. Me llamó la atención su contenido ordenadito, subrayado y demás, recuerdo ese profesor loco también, al que no le importaba el aspecto de mi cuaderno (ni los subrayados, obviamente). Cada página enumerada, (es increíble como comienza la manía desde niña). Los temas terminaban con un dibujo, que no los asignaba el profesor… yo los hacía porque pensaba que si hablábamos de “artística”, ¿qué mejor acabado que los dibujos? Barroco, Edad Media, Renacimiento, arquitectura, pintura, escultura… Muy bonito el cuaderno, pocos he visto así. Sin embargo, la belleza de mi cuadernito no estaba en sus páginas de contenido.
     Lo iba a botar. Pues aunque las cosas sean lindas y traigan buenos recuerdos, lo maravilloso se conserva es en nuestros corazones. Pero cuando ya estaba en eso del descarte, se abrieron sus páginas finales. Creo que Atenea me iluminó, menos mal no lo boté.
     Tenía apenas 13 años, ¿Qué sabe una niña a los 13 años? Se me vinieron tantos recuerdos a la memoria.
     No conocía del deseo propiamente dicho, y el amor era más ilusión que otra cosa. Esas páginas mostraron una de las veces que creí morir en esta malsana vida. 20 páginas del cuaderno estaban dedicadas a un amor platónico, cruel y desgastador que sentía por un jovencito mayor que yo, que decía gustar de mi mientras paseaba con todas las niñas del colegio. Cuanto sufrimiento me hacía sentir, ¿Cómo se puede estudiar así? ¿Cómo se puede subrayar un cuaderno con tantas lagrimas encima? O peor aún, ¿Cómo se me pudo olvidar tal dolor con el paso del tiempo?
    Creo que escribir es magia, porque detiene el tiempo y te lo muestra cuantas veces se quiera leer. Allí estaba la musa a los 13 años, el desamor.
    Hoy por hoy la musa está en todos lados, en ocasiones aparece en las camionetas, en las escaleras de la casa, entre libros, en los sueños, en los niños, en la lluvia, en el trafico, en las nubes, a través de las lagrimas, en las discusiones, en los regaños, en el café con leche, en una uña partida, en las llegadas tardes, en las jugueterías, en mi cama, en el sofá, en las pizarras acrílicas, oyendo clases, dando clases, en la computadora, en los desmayos, en los besos, en las furias, en los celos… En tus ojos.

     Hay quienes dicen que el que escribe no necesita musa, no necesita inspiración, pues debe estar apto para plasmar todo sin necesidad de la iluminación de los arcanos, serafines y querubines. Y es cierto, puede escribir. Pero la calidad de un buen escrito tiene base en los sentimientos. De allí la cantidad de escrituras vacías y sin fundamento que dejan muy mal parado al mundo de las letras. Si todos escribieran cuando de verdad se debiera, habría más literatos de los que se conocen.