sábado, 11 de mayo de 2013


                                            “El Mosaiquito Verde” de Gustavo Díaz Solís

    
Sabemos que el amor es parte esencial en nuestra vida, sabemos que sin ello sería imposible vivir, muchas veces nos detenemos a pensar en los factores importantes que están implicados en dar y recibir amor, esperamos recibirlo en la misma medida que lo damos.
     Sin embargo y a pesar de lo que muchas veces analizamos y meditamos acerca del amor, de lo que queremos y esperamos de él, nos aventuramos a dejar que el sentimiento del amor fluya por algo o por alguien que nunca podrá realizarse plenamente, porque ese algo o ese alguien está prohibido. Justo en medio de esta prohibición y pensando en ello nace “El Mosaiquito Verde” de Gustavo Díaz Solís: Este cuento trata de dos jóvenes, Luisa y Enrique, que se enamoran a primera vista, y para que no descubran su amor, usan un mosaiquito verde que es el confidente de sus travesuras, ya que allí metían sus cartas de amor (valiéndose de que este podía levantarse de un lado, cuando se hundía por otro), sin embargo, tienen que enfrentar obstáculos. El hallazgo del mosaiquito verde representó para ellos la posibilidad de prolongar su amor en secreto, sin embargo, sus relaciones clandestinas se ven amenazadas por Ernesto, a quien Enrique vence en una pelea. La venganza hace acto de presencia cuando el joven rival conquista la amistad de un joven negro y robusto, a fin de que este le propine una paliza a Enrique.
     Sabemos que el amor, o lo que se piensa que es el amor, nos puede llegar en cualquier momento, siendo la adolescencia la edad en la que aflora este sentimiento a gran medida, y la “necesidad” que muchas veces se tiene de amar no nos deja ver que tenemos tendencia a confundir el capricho con amor, o una simple aventura con el mismo. Las expresiones de este amor adolescente son tan llamativas que dejan saber la fuerza con la que se vive:
La situación era realmente angustiosa. Enrique pudo notar que ya la niña parecía impacientarse. Pero él permanecía aferrado a los balaustres de la ventana, mirando a uno y otro extremo de la calle. No encontraba qué decir. Pensamientos cruzaban por su mente y él los iba atrapando para dejarlos ir inmediatamente sin atreverse a expresarlos. Apenas de sus labios se escapaba una musitación involuntaria.
     Muchas veces los amores se idealizaron en la persona equivocada, creyendo ilusamente que “si luchaban” por ese amor podría llegar a realizarse plenamente, pero los desengaños y las desventuras son grandes al darse cuenta que no tienen o no dan lo que esperaban, tal como le ocurrió a Enrique,  cuando tuvo que pelear con un muchacho que era enviado por su enemigo Ernesto, pretendiente también de Luisa: “El otro, en cosa de segundos, lo molió a golpes. Y no satisfecho con darle bastantes le cayó a mordiscos y patadas, y echó mano de otros infames recursos, en tal forma que el pobre Enrique hubo de huir, con las ropas deshechas y todo el cuerpo magullado”.
     En este mismo orden de ideas, es necesario mencionar los valores que salen a la luz influenciados por la fuerza que incita el amor. La valentía que muestra Enrique dentro del cuento es constante, desde el inicio se aprecia como un joven libre, capaz de enfrentar la vida a sus anchas, sin mediciones se fija en Luisa y la corteja, y sin mediciones también se defiende queriendo defender su amor, esto arrastra consigo una serie de emociones, de sensaciones, que aunque no ocultan los nervios y el temor, los vencen:
…Tornaba a colocar el mosaiquito con toda la cautela y delicadeza de que era capaz, y continuaba calle abajo aligerando el paso a medida que se alejaba de la ventana. Doblaba la esquina y luego de suspirar hondo por encontrarse a salvo, se acercaba al farol más cercano y loco de curiosidad comenzaba a leer aquello, sin duda delicioso, escrito en el papelito…
…Enrique no se amilanaba por esto. Sentíase perfectamente seguro. Por algo ella no dejaba de escribirle y en ocasiones propicias habíase deslizado con sigilo hasta el zaguán y allí habíase besado con él; besuqueos que primero fueron inocentes y cándidos, pero cuya inocencia y candidez iban desvaneciéndose a medida que Enrique volvíase habilidoso en la faena…

     La sociedad juega un papel importante y muchas veces decisivo dentro de las historias de amor. Gustavo Díaz Solís también muestra a la sociedad como elemento o factor fundamental dentro de “El Mosaiquito Verde”. Era costumbre, en una determinada época que las familias eligieran los compromisos de sus hijos, sin importar el gusto, pensar o el querer de estos, ya esta costumbre era un patrón social:
Pero poco o nada habrían significado estos requiebros si no hubiera sido porque Ernesto gozaba del apoyo y amistad del hermano de Luisa. Esto, claro está, significaba grave peligro para Enrique, toda vez que Ernesto bien podía penetrar impunemente en casa de Luisa. Además, y como para hacer más inquietante la presencia del patiquín, era objeto de grandes agasajos por parte de los interesados padres de Luisa, quienes haciendo caso omiso de la corta edad de ambos, ya comenzaban a gestar planes para el futuro, planes que, de realizarse, habrían de significar grandes beneficios para la familia.

     Con la llegada de este nuevo amor se produce una sensación muy difícil de manejar que monopoliza todos los sentidos y no permite prestar atención a ninguna otra cosa. Ya Enrique estaba hipnotizado por este sentir, y sus pensamientos se encontraban distantes, era como ir más lento o más rápido que el resto del mundo: “Apenas oía las explicaciones del bachiller Monzón sin atender a ellas. Pasábase largos ratos abstraído, mirando por la ventana del salón de clases, hacia el cielo, como si quisiese liberarse. Dejar volar su espíritu hasta donde él quería”. Era el amor que había tocado su puerta, y se lo había encontrado justo en su andar por la vida, en su libertad.
     El personaje de Luisa por el contrario, si bien es cierto que también le gustaba Enrique, no poseía como él esa fuerza y valentía. Quizás jugaba un papel pasivo dentro de la trama, no se ve involucrada en el amor tal como el protagonista. De hecho, no parece estar tan interesada en Enrique, de ello nos podemos dar cuenta al final del cuento, cuando es la única que muestra un tono irónico al hablar con él: “Pero, Enrique, ¿qué te pasa? Estás como nervioso... Las últimas palabras de Luisa, dichas con un cierto dejo burlón e hiriente, terminaron por exasperar a Enrique”.
     Luisa aparece con una actitud tranquila, sólo se aprecia un cierto apuro cuando está con Enrique y siente a sus padres: “¡Ay!, ¡mi mamá! —exclamó nerviosamente la muchacha haciendo un pícaro mohín, y tomando el cojín que le servía de apoyo preparóse a entrar”. La descripción que se hace de ella en la historia es de una muchacha muy bonita, y a causa de esto tenía varios pretendientes: “La belleza cada día más acentuada de la muchacha la había convertido en presa codiciada por más de un tenorio parroquiano”.
     El ambiente donde se desarrollan los hechos es urbano, ya que se menciona el pavimento, las plazas, las esquinas, los faroles:
Enrique paró en la esquina. Frente a él estaba la pequeña plaza, con sus árboles enhiestos, su estatua procera en el medio y sus faroles grandes iluminando las esquinas. Enrique escudriñó la plazuela. Buscó a sus compañeros de juego. Pero ninguno estaba allí. Volvió la cara con un gesto de fastidio hacia la calle que aparecía a su izquierda y tornó a patinar.
     En este ambiente transcurren todos los acontecimientos, desde el principio del cuento hasta el final. Y es el que nos hace identificar con detalles y precisión las andanzas de Enrique. Incluso al principio de la narración la descripción del ambiente es tan exacta que logra inmiscuir al lector y captar su atención:
 Tarde gris de octubre. Ráfagas de aire frío arrastran por la calle papeles arrugados y hojas amarillas, haciendo un ruido menudo y seco que va rasguñando el pavimento. Mujeres que caminan cabizbajas y presurosas afánanse por alisar la falda asustadiza que se esconde entre las piernas. Más allá de los tejados de rojo mortecino, más allá de las cúpulas adustas, extiéndense dormidos montes verdinegros, lejanías zarcas que cubre lenta neblina. Raudo corre el viento arremolinando el polvo. Tarde gris de octubre.
     “El Mosaiquito Verde” es una obra que muestra el amor adolescente de una forma muy real, con sus altos y bajos, deja de convertirse en un cuento “rosa”, para ser una historieta verídica, de hecho su final no es un final feliz. Enrique queda sólo con su amor, y no con Luisa, atraviesa el fracaso y lo palpa a su corta edad: “Colocó entonces, desconsolado, el mosaiquito verde, como una pequeña losa sobre su pequeño y difunto amor, y se alejó despacio por la calle”.
     La importancia que le da Enrique al mosaiquito de la ventana de Luisa es amplia, en él refugia muchos sentimientos, resguarda su sentir y lo hace parte de sus vivencias amorosas. Este mosaico representa una base del amor puro. Por ello aparece en la obra cuando los sentimientos florecen, y de nuevo vuelve a aparecer cuando el amor marchita. La simbología que quiere darle Díaz Solís a este elemento es tan fuerte que incluso lo coloca como título de su obra.
     El cuento es una de las formas literarias más antiguas, aunque es la última en adquirir una fisonomía independiente. “El Mosaiquito Verde” exige la concentración del lector. Presenta una trama concentrada en tensión y peripecias para lograr un efecto único. Además, no admite multiplicidad de personajes; estos aparecen caracterizados con los rasgos estrictamente necesarios.
     Por estas exigencias de síntesis, de funcionalidad, el cuento da una imagen de la vida de condensación. En el cuento se reflejan la complejidad y la diversidad del mundo en que vivimos, tal como se muestra en la obra analizada.

Marysabel Díaz

 El presagio como arquetipo fundamental en La Saga de los Confines de Liliana Bodog, específicamente en “Los Días de la Sombra”. (Ensayo)

     Los misticismos de las culturas primitivas latinoamericanas se fundamentaban en adoraciones y rituales hacia la naturaleza porque creían fundamentalmente que satisfacían sus necesidades espirituales, económicas y emocionales. Dicha creencia constituyó la base para que estas sociedades prehispánicas llevaran un estilo de vida que las definiría. Las numerosas ceremonias religiosas se sujetaban a rituales muy complicados e incluían sacrificios de llamas y, a veces, humanos. La adivinación y la curandería eran parte muy importante de la religión. Se creía en una vida de ultratumba que debería ser muy placentera  para los justos, aunque terrible para los perversos.
     La conexión espiritual que tenía el hombre con su hábitat era tan estrecha e intima que nos permite observar que él y la naturaleza eran uno, formando así parte de un ciclo, por tal motivo, su comunión con la tierra, el agua y el sol, eran sagrados para ellos, por tanto su deber y obligación era protegerlos. Así, el hombre realizaba entonces  un acto de participación cósmica, cumpliendo un trabajo de intermediación entre lo terreno y lo celeste, entre lo material y lo espiritual, en fin entre lo humano y lo divino.
     Esta creencia para algunos autores se denomina “tótem”, porque consistía en que una tribu estaba unida a una especie animal, vegetal u objetos diversos.
     Dentro de este marco de ideas, se puede decir que este lazo religioso del hombre con la tierra le proporcionaba dentro de su concepción visiones y presagios que le revelaban lo que iba a suceder a través de señales y sensaciones. Estos presagios y visiones pueden considerarse buenos o malos dependiendo de su interpretación y de la sensación. Se puede interpretar de distinta manera algo en común, porque todo depende de lo que sienta la persona o la cultura que lo esté viviendo u observando, por tanto, son elementos del pensamiento, tal como lo señala Díaz García (1992) en su libro de Psicología:

En el pasado se veía en la sensación una experiencia sensorial o percepción elemental; se concebían estas unidades elementales como los componentes del psiquismo en particular de las funciones cognoscitivas. Hoy sabemos que tales unidades elementales son abstracciones: fruto de una elucubración pensante. (p. 192).

     Volviendo a la cultura primitiva, es conveniente acotar, que el elemento mágico formaba parte de las mismas, porque estas sociedades realizaban ritos para conseguir lo que querían, utilizando su ingenio y usando plantas y bebidas; y si se les concedía lo que deseaban (de nuevo aparece el pensamiento) a través de sus cultos, para ellos, eran ritos mágicos.

     Según Martha Néjera (2003) en su tesis, alega que “los mayas prehispánicos y los actuales recurren a la magia  y a la adivinación, los sueños proféticos y los conjuros rituales con alucinógenos para solucionar desde enfermedades hasta las malas cosechas” (p. 36).

     De igual forma para la Antigua Roma también el elemento de la adivinación y el presagio estaban presentes. No sólo fue un arquetipo prehispánico. De hecho, gran importancia tenían en Roma los colegios de adivinos. Los Augures, por ejemplo, eran sacerdotes que practicaban oficialmente la adivinación, tenían en su poder  dos tipos de libros: rituales y los de comentarios, que eran necesarios para su labor. Ellos descifraban los signos de la voluntad de los dioses, adivinaban las señales del cielo e interpretaban acontecimientos imprevistos extraordinarios. Sus presagios eran importantes y respetados por la sociedad romana.

     Estas características idiosincrásicas anteriormente mencionadas, están presentes en la obra de Liliana Bodoc, en la Saga de la Confines, específicamente  en “Los Días de la Sombra”, porque reúne todos los elementos religiosos, mágicos y míticos que definirían a estas sociedades  señaladas. Es importante señalar que el mito es según Longfellow (1997):

Una narración fabulosa que pertenece a un grupo de personas que tiene una tradición más o menos común…. Por lo general se entiende que la lógica del pensamiento mítico es incompatible con nuestras ideas sobre lo que es ciencia o verdad empírica, pero esta idea debe atenuarse, aceptando que el mito también depende de un modo definido de percepción y se integró a todas las actividades del hombre antiguo. (p. 318)

     En “Los Días de la Sombra” se pueden distinguir diversos personajes que dejan ver el mundo del misticismo, la adivinación, los sueños y el presagio. Entre ellos están: Kupuka, el Masticador, Tres Rostros, Welenkin, el Halcón Ahijador y el Padrecito del Paso; los cuales están relacionados paralelamente con los elementos de la naturaleza, tal como la hacían en su oportunidad los hombres de las culturas primigenias.
     Kupuca se relaciona con el misterio y a su vez con el bosque y los animales, porque interactuaba con ellos. Ejemplos en “Los Días de la Sombra”: “Kupuka alzó la cabeza y abrió grande la boca para beber lluvia”, “Mientras Kupuka recorría los senderos del bosque, contando una historia a golpes de tambor, Tres Rostros jugaba en un río” (p. 29). El Masticador que conocía las plantas producto de la tierra; Tres rostros el brujo que sabía sobre las cosas del agua (presentía las noticias del norte porque por el movimiento de estas); Welenkín el que tenía la belleza de la creación, si había visto mil amaneceres entonces tenía en su cuerpo la belleza de mil amaneceres; El Padrecito del Paso le gustaba la compañía de los hombres, tanto así que les tejía hamacas y armaduras; y el Halcón Ahijador, señor de todos los halcones y las aves del cielo.
     Se puede decir, que estos personajes presintieron el desastre arrasador que sobrevenía a la tierra de Los Confines, porque estaban vinculados a los poderes sobrenaturales de la tierra y sus elementos, la cual, le permitía saber lo que sucedería en el presente y futuro. Eran brujos, y como todo brujo, realizan cultos y rituales. Ejemplo en “Los Días de la Sombra”: “El pueblo oyó callarse el tambor. Entonces cada uno de los que allí estaban alzó sus brazos al sol. Y todos se unieron en un canto afónico y entrecortado.” (p. 57).
          Es  preciso destacar, ya para culminar el presente ensayo, que la participación de los Lulus juegan un rol en esta obra de gran importancia, porque como seres de la naturaleza presagiaban que el mal y la muerte se avecinaban a través de la piedra del alba, la cual, era de forma cilíndrica de color blanco traslúcido, que llevaba un vaticinio, el cual consistía en que si ésta pasaba de su color  original al oscuro indicaba que la potestad de la vida terminaba sobre la muerte.
     Estos ejemplos dan a demostrar como la autora usa el elemento mágico para darnos a entender como lectores activos, que estos personajes presagiaban lo que estaba sucediendo. A lo largo de la obra nos damos cuenta que siempre hay un “porvenir” que en ocasiones pareciera estar cerca, pero en otras se percibe lejos e imposible de llegar.
     El arquetipo del presagio trabaja en el nivel simbólico. Es por eso que se convierte en un mecanismo literario, con el que el autor juega en la creencia común con la cual la mayoría de los lectores tendrán cierta experiencia directa, de tal modo haciéndolas anticipar una cadena de acontecimientos específica. Activa la anticipación: es innato tratar de predecir lo que ocurrirá en cada uno de los capítulos de “Los días de la Sombra”, tratar de saber que pasará al final y adelantarse a los hechos son consecuencias del arte del presagio en la literatura. Desde un simple elemento aparecido en la obra, como la cosecha que aparece a inicios de la misma, hasta las ideas de “futuro adelantado”, forman parte del presagio. Ejemplo en “Los Días de la Sombra”: “Pero Misáianes apenas había alcanzado el sueño cuando el dormir se le pobló de presagios, de náuseas y de advertencias que lo obligaron a abrir los ojos” (p. 13).
     Se puede decir entonces que en la Saga de los Confines de Liliana Bodoc el arquetipo de el presagio está presente desde sus inicios (Los días del Venado), pero en los días de sombra la reunión de brujos hace que este elemento se haga más fuerte y objetivo, llevando al lector a un mundo inimaginable de aventuras inciertas y desenlaces no esperados, aunque intuitivos.

Marysabel Díaz